Cuento a partir del sueño
Consigna: A partir de un sueño, escribir un cuento breve, que incluya algún elemento extraño. Modalidad individual.
Anotaciones:
- Tren roca, la línea de siempre, el horario de siempre. Pero un día en otro horario se sube y son todos calaveras.
- Este es el tren de las memorias. Cada uno de nosotros lleva consigo un pedazo de lo que fue, de lo que dejó atrás.
- Mateo personaje principal.
- Calaveras coloridas como si no estuviesen muertas
- Habla con una calavera, un señor.
- Era una mañana como tantas otras, la misma rutina, el mismo tren. Mateo, se puso sus auriculares, y comenzó el camino a la estación.
La esencia en un tren
Las personas tan estructuradas como Mateo, encuentran en la rutina algo reconfortante. Sale de su casa con los auriculares ya puestos. Camina por las cuadras de su barrio apreciando el cielo, que estaba apunto de amanecer entra la neblina del invierno. Los vecinos se van despertando y los comerciantes intercambian una sonrisa con él mientras suben sus persianas.
A esta altura del trayecto son las 7.20 de la mañana. Llega justo a tiempo para tomar el tren roca de las 7:45, ni un minuto más ni uno menos. Vagón número 13, el mismo que al que sube el muchacho que vende caramelos de menta en bolsitas de plástico, la señora de sombrero rosa que pareciera viajar solo para tejer, el artista con su guitarra, y el mismo en el que se sube el señor trajeado con cara de pocos amigos. Mateo, ya los conocía; los observaba todas las mañanas, en el mismo vagón de siempre. Pisos grises, asientos de tapicería azul que uno logra ocupar si la suerte loca te toca.
Llegó el viernes, último día de la semana, último día de rutina hasta el próximo Lunes. Mateo jamás pensó que sus hábitos tan sistemáticos podrían llegar a cambiar. Pero el viernes, con un cansancio acumulado, un agotamiento que lo hundía más y más en la cama, se quedó dormido. La hora ya había pasado. Se preparó en un abrir y cerrar de ojos, pero el tren de las 7:45 ya se había ido.
Entonces tuvo que tomar el próximo. Llegó a la estación y noto que el ambiente no era el mismo, y él tampoco. Sentía un malestar, un enojo consigo mismo por haber fallado ese día. La atmósfera no acompañaba, estaba más cálida de lo habitual, y tuvo que ir quitandose las capas de abrigo que llevaba encima. Mientras aguardaba, analizo cómo era la cotidianidad en ese horario. No estaban las mismas personas. El cielo estaba más despejado y raramente se asomaba un haz de luz abrasador.
El tren llegó a la plataforma. Su apariencia era distinta; parecía más nuevo. Como cuando salis de la peluquería, pensó Mateo. Con los auriculares puestos y su bolso colgando del hombro,subió. A cualquier vagón. Si la rutina ya se había roto, no había reglas que cumplir.
Al ingresar, se dio cuenta que nada era lo mismo. Ya no estaba acompañado de personas.
Como si de una radiografía se tratara, sus cuerpos traslúcidos dejaban ver estructuras frágiles y delicadas. Un fulgor atrapante rodeaba sus siluetas y hacía que Mateo no pudiera quitar sus ojos de encima.
Cada pasajero flotaba al compás del tren. Mateo se pellizcó el brazo izquierdo, convencido de que estaba soñando. Pero no. El tren continuaba camino, y Celine Dion seguía sonando en sus auriculares, tal como cuando salió de su hogar. La música acompañaba el aire de nostalgia de su alrededor. Una nostalgia que duplicaba cada historia de esas calaveras. No hablaban, pero imponian su personalidad a través de sus colores y los objetos que llevaban consigo. Cada una, contaba una historia diferente. Mateo no dejaba de apreciarlas como una obra de arte.
La intriga lo empujó a acercarse a una de aquellas figuras. Era un señor. Sus colores azulados transmitían tranquilidad y tenía una mirada acogedora que abrazaba a la distancia. Mateo sintió confianza y le preguntó:
–¿A dónde vamos?
El hombre lo observó, con unos ojos cálidos llenos de recuerdos y de historias no contadas. Con su dedo esquelético, señaló una puerta lejana, al fondo del vagón.
Mateo, tan curioso como asustado a la vez, se paró delante de la puerta. Al abrirla, fue como si la música de sus auriculares lo envolviera, y un sinfín de recuerdos se hicieran presentes, una tras otro, como un trailer: las caminatas por las mañanas, días de sol, las risas de sus amigos, sus canciones favoritas. Era como si el tren no lo llevara a un solo lugar, sino a varios momentos. A una memoria. A su memoria.
Mateo quedó inmóvil mientras una pequeña lágrima recorría su mejilla. Observaba cómo cada pasajero en ese vagón representaba una historia y un pasado que los había llevado a ser lo quienes eran.
Un parlante anunció la estación siguiente, y Mateo supo que debía abandonar el viaje. Algo dentro de él había cambiado. En aquel tren donde la nostalgia rebosaba, comprendió que los momentos, aunque efímeros que sean, siempre van a ser parte de lo que somos.
El tren se detuvo. El hombre le dirigió una última mirada… y le sonrió.
Mateo bajó del tren, y todo seguía igual. Todo, excepto él.
Cada paso que daba, lo daba con sentimiento. Ya no le importaba la rutina. Ahora quería desbloquear momentos que siguieran construyendo lo que él buscaba ser.
Fin.
Luana! Como te dije en clase, me encantó el cuento. Destaco principalmente como el tiempo va rompiendo su cotidianeidad y la frase "cada pasajero flotaba", me transportó ahí inmediatamente, me hizo pensar en la nostalgia del personaje.
ResponderEliminarMuy bueno ;)